RECUERDOS DEL INSTITUTO DE XÀTIVA
Queridos amigos: Después
de tantos años transcurridos desde que cesé como profesor en el Instituto “José
de Ribera”, gracias a los buenos oficios de Ramón Esplugues y Emilio Sala,
puedo dirigirme a vosotros; y lo hago con motivo de la celebración de vuestro L
Aniversario de la finalización de vuestros estudios de Bachillerato. Vaya,
pues, en primer lugar mi más cordial felicitación y enhorabuena por la
celebración de tan feliz evento.
Es también para mí una feliz
coincidencia que la finalización de vuestros estudios en el Instituto tenga
lugar al mismo tiempo que el comienzo de mi andadura como docente. Aquí me
estrené como profesor. Recuerdo cómo a finales del mes de mayo del 69 me
presenté en el Instituto para tomar posesión de la Cátedra de Griego. Fue Doña
Victoria Gómez, profesora de Matemáticas y Secretaria del Centro quien firmó la
diligencia para que me posesionara del cargo. Mi incorporación no tendría lugar
hasta el mes de octubre para comenzar el curso.
Al
escribir estas líneas son muchos los recuerdos que se agolpan en mi mente.
Fueron para mí aquellos años una etapa de mi vida que ha dejado en mi corazón
profunda huella. Nunca podré olvidar la cordial acogida que dispensaron los
compañeros. Un reconocimiento especial debo
a Salvador y a su familia, que con tanto afecto me recibieron. Con ellos
tomé las primeras paellas de los domingos compartiendo su mesa como un miembro
más de la familia.
Uno de los primeros actos que
recuerdo, que revestían cierta solemnidad académica, tuvo lugar con motivo de
la jubilación de D. Ángel Lacalle, catedrático de Lengua y Literatura, con un
discurso de”laudatio” a cargo del profesor de la misma materia, D. Gregorio
Jiménez, seguido de una suculenta paella que tomamos en el comedor del Centro. La semana escolar
terminaba al mediodía del sábado; los
miércoles por la tarde no había clases
Para quienes por algún motivo teníamos que pasar el fin de semana fuera de la
ciudad, la interrupción se nos hacía demasiado corta. Tal era mi caso, pues me
encontraba en la fase preparatoria de mi boda, que debía celebrarse en fechas
próximas. Yo vivía instalado en casa de la señora Elia junto con otros
profesores, Araceli de Historia, y Pablo de Francés. Recuerdo que la vivienda
carecía de agua caliente, de modo que uno, después de la correspondiente ducha
con agua fría ,en invierno sobre todo, llegaba muy fresco al Instituto para
comenzar las clases. Estas casas baratas
tenían la ventaja de que se hallaban muy próximas al Instituto, así como al
restaurante de la Murta, donde solía hacer la comida del mediodía.
El Instituto “José de Ribera”
era uno de los pocos institutos mixtos de la provincia; y esto sólo hasta cierto
punto, pues las clases de bachillerato elemental estaban separadas entre
alumnos y alumnas, en tanto que las del superior sí que eran mixtas. Asimismo
había un patio de recreo de alumnos y otro de alumnas. Recuerdo que los alumnos
de PREU gozabais de ciertos privilegios, pues al tener las clases separadas del
resto –estabais en el llamado gallinero- y ser además los decanos del Centro,
se os trataba con cierta consideración: mayor libertad para salir y entrar en
el Centro e incluso creo que se os permitía fumar, o al menos se toleraba
haciendo la vista gorda; por otra parte
teníais un buen valedor en la persona del
señor Navarro, que se ocupaba de la vigilancia de esa parte del Centro;
eran frecuentes sus intervenciones a favor vuestro cuando por algún asunto de
disciplina había que reconvenir a alguien.
Cómo
no recordar el comedor-bar de los alumnos, situado en el sótano. Lo llevaban el
señor Vicente y su esposa, que preparaba unos sabrosos bocadillos de tortilla.
Ahí tomabais la comida del mediodía los alumnos que veníais desplazados de los
otros pueblos.
Una jornada
muy especial era el día de las paellas, en que profesores y alumnos salíamos al
monte para disfrutar de un día de asueto. Se celebraba el famoso concurso de
paellas y los profesores pasábamos por los diferentes grupos para dar nuestro veredicto y premiar la que, a nuestro juicio era la mejor. Era un día de convivencia en que reinaba
una perfecta armonía dentro de la comunidad
docente, dejando aparte las rígidas normas de la vida del Centro.
Se celebraba
también con gran solemnidad la festividad de Santo Tomás el 7 de marzo, fiesta
de profesores y alumnos. Había toda
clase de actos lúdicos; la jornada había comenzado con una Misa solemne
oficiada por el profesor de Religión, D. Antonio Delgado. Una gran expectación
despertaba el partido de fútbol entre profesores y alumnos en el campo del
Olímpic dentro de una amistosa rivalidad. Creo recordar que las alumnas iban a
favor de los profesores.
Las imágenes de aquel primer año las
conservo muy frescas. Los finales de curso eran especiales. Había que examinar
también a los cientos de alumnos libres procedentes de las Academias y Centro
privados de las vecinas poblaciones e incluso a los que se desplazaban desde
Valencia, así como a los alumnos de los Colegios libre-adoptados asociados al
Instituto, a cuyo efecto nos desplazábamos un tribunal constituido por algunos
profesores. Las vacaciones de aquel primer año
las aproveché para casarme y ya el inicio del curso siguiente pude hacerlo con
mi esposa Maribel, que también se incorporó al Centro como profesora de Latín.
Por tanto, se produjo ya en mi vida un cambio muy importante. Aquí, en Xàtiva,
nació mi primera hija, Ana.
Transcurridos este curso y el
siguiente, se nos presentó la oportunidad de aceptar una comisión de servicio
para el Instituto de Aaiún de Sahara. Quisimos aprovecharla y allí nos
desplazamos como profesores, donde permanecimos durante tres cursos, hasta la
descolonización del Territorio. Concluida la comisión, nos incorporamos de
nuevo al Instituto de Xàtiva, pues se nos había reservado la plaza. Aquí
comenzó nuestra segunda etapa de permanencia en Xàtiva; etapa que duró dos años
más.
Y hasta aquí el recuerdo
de algunas de mis vivencias como profesor vinculado al Instituto de Xàtiva.
Pero mis vínculos con esta ciudad van mucho más allá. En realidad, siempre han
existido y seguirán existiendo, pues por razones de amistad y familiares nunca
se han interrumpido.
No quisiera terminar este
relato de mis vivencias sin antes
agradeceros de corazón vuestra amable invitación para acompañaros en la
celebración de vuestro L Aniversario. Con mucho gusto habría aceptado si por
exigencias de mi salud no me viese obligado a ceñirme a la rutina diaria de mi vida.
Durante
este largo período de tiempo vuestras vidas habrán discurrido por diferentes
cauces. Se os presenta, por tanto una magnífica ocasión para volver a
encontraros con compañeros y amigos a quienes tal vez haría mucho tiempo que no
habríais vuelto a ver. Os deseo un feliz reencuentro. Que disfrutéis de esta
hermosa jornada y que reine la alegría y la amistad. Que la vida os depare lo mejor a cada uno de
vosotros.
Con la añoranza de tiempos pasados
recibid un fuerte abrazo.
J. Casorrán
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